4 dic 2008

Talentos y magisterio



Era Juan de la Cruz pequeño de estatura, pero agudo de inteligencia, bien cultivado y con enorme capacidad de síntesis. Esa capacidad ya se revela en los Prólogos de sus Cuatro Obras grandes: Subida, Noche oscura, Llama de amor viva y Cántico espiritual, en las cuales ya indica que piensa utilizar su experiencia, ascética y mística se entiende. En realidad San Juan de la Cruz no es un hombre que construye un sistema de pensamiento, sino un lector y contemplador enamorado de Jesucristo.

Ya advierte él en la “Subida del Monte Carmelo” que para comenzar a recorrer este camino “lo primero, traiga un constante apetito de imitar a Cristo en todo, identificándose con su vida, y para eso meditar mucho en ella, para saber imitarla y hacerlo todo como él lo haría” (l Subida13,3).

El puede hablar desde su experiencia porque la tiene y muy ancha, o más bien,, profunda. Santa Teresa de Jesús fue la primera en descubrir su gran experiencia y así lo manifiesta en carta a las Carmelitas de Beas, diciéndoles de él que es “de grandes experiencias y letras".

Y puede hablar con el lenguaje de Artista Genial, que le sirve de vehículo para comunicar, inmenso comunicador, el desbordante caudal de su experiencia en la que está inmerso y que le inunda y le desborda, lo que le convierte en Maestro y testigo, como escribió Juan Pablo II en su carta con motivo del IV Centenario.

La experiencia de Dios de que goza es inefable pero él inventa un modo de decir lo que no se puede decir, creando símbolos y poesía.

Juan de la Cruz tiene conciencia de que lo que tiene no es de él sino de Dios y de que Dios se lo da para la Iglesia y para los hombres, por eso a ella y a ellos lo entrega.

Hoy, que el mundo está lleno de palabras estériles y vacías, cuando tantas veces se habla y se escribe sin tener nada que decir, se nos presenta Juan de la Cruz como Maestro pleno de experiencia y tan sintetizador que “odia la dispersión”, como dice de él el agnóstico Baruzi.

Hoy, que dicen que se va buscando lo auténtico, resulta de rabiosa actualidad un maestro que evita el desangramiento verbal e ideológico y que cierra el camino a la dispersión. Resulta, además, uno de los hombres más simplificadores de todas las culturas de la historia.

Precisamente por esto, y por su personalización del hecho cristiano, cuando está desapareciendo a galope el cristianismo sociológico, y nos estamos quedando a la intemperie con solo lo sustancial y personal, Juan de la Cruz, que estima que lo puramente cristiano es la relación de persona a persona, es actualísimo.

San Juan de la Cruz se da perfecta cuenta de que dice la palabra grave, sólida y sustancial y de que con ella va a cubrir algunas lagunas importantes en la forma de expresar la vocación cristiana.

También sabe que su estilo es bello y pleno de sugestividad. Y de que rompe hasta donde puede con el decir lo que aprendió en la Universidad de Salamanca de Dios conceptualizado, porque Dios es inconceptuable. Por lo mismo él no lo define sino que con belleza impresionante, lo sugiere en símbolos y en dulcísimos poemas, cargados de teologalidad y de fino lirismo.

Qué sugerentes intuiciones los símbolos evocadores del Amado! “Mi Amado, las montañas, -l os valles solitarios nemorosos, - las ínsulas extrañas, - los ríos sonorosos, - el silbo de los aires amorosos;- la noche sosegada - en par de los levantes de la aurora - la música callada, la soledad sonora,- la cena que recrea y enamora”.

La belleza y la elección de los susurros de las palabras silbantes como brisas de primavera, cautiva y serena y pacifica y, a poco que el lector se deje, le mete en Dios, le introduce “en el ameno huerto deseado, -el cuello reclinado- sobre los dulces brazos del Amado”.

¡Cuánta belleza en la expresión: “Entremos más adentro en la espesura”, que tiene tanta hondura cristológica y redentora de Noche!.

A pesar de todo, o por todo ello, los suyos no le comprendieron, porque el genio nunca es contemporáneo. Sólo lo es de los siglos siguientes, que estarán marcados por el magisterio de San Juan.

No se va a poder prescindir de su palabra, aunque se crea que sí. Pero no. El ha sido, y va a ser, maestro y pedagogo, o, mejor, mistagogo, de cristianos vigorosos y compactos.

Mistagogo, porque enseña las “grandes cosas que entendió” cuando: “Entréme donde no supe, - y quedéme no sabiendo, - toda ciencia trascendiendo".

Nadie como él es agente de ecumenismo. Testigos Atenágoras, Taizé, Ramsey. Porque es amigo de la anchura, porque no estrecha en dogmatismos, porque Dios no es estrechura.

Agnósticos como Baruzi, son sus fervientes panegiristas.

El Hinduismo, y el Taoísmo y el Yoga y el Zen lo consideran como el Pantanjali de Occidente en expresión de Suami Sideswarananda.

Maravilla que en la oscuridad horrorosa de la cárcel de Toledo, en el estiércol de la miseria y malignidad humana irrumpa y culmine y se haga río de palabra una experiencia de Dios determinante y decisiva en la vida de San Juan y de la Iglesia, y de la humanidad.

Allí vivió el Cántico. Allí lo repitió infinitas veces para suavizar la esperanza de los hombres, como quien deshoja, pétalo a pétalo, un manojo de olorosas azucenas y de rosas, sobre el estiércol donde nacieron y al que perfuman.


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