"Se comunica Dios al alma con tanto amor, que no hay afición de madre que con tanta ternura acaricie a su hijo, ni amor de hermano ni amistad de amigo que se le compare; porque aún llega a tanto la ternura y verdad de amor que el inmenso Padre regala y engrandece a esta humilde y amorosa alma, ¡oh cosa maravillosa y digna de todo pavor y admiración!, que se sujeta a ella verdaderamente para engrandecerla, como si él fuese su siervo y ella fuese su señor.
Y está tan solícito en la regalar como si él fuese su esclavo y ella fuese su Dios. ¡Tan profunda es la humildad y la dulzura de Dios! Y así, Dios está empleado en regalar y acariciar el alma como la madre en servir y regalar a su niño, criándole a sus mismos pechos.
¿Qué sentirá, pues, el alma aquí, entre tan soberanos regalos? ¡Cómo se derretirá en amor! ¡Cómo agradecerá ella viendo estos pechos de Dios abiertos para sí con tan soberano y largo amor! Sintiéndose puesta entre tantos deleites, se entregaba a toda a sí misma a él, y dale también sus pechos de su voluntad y de su amor".
(Cántico Espiritual 27,1)
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