9 dic 2008

En el seno de la contemplación



San Juan de la Cruz siente una divina urgencia por lle­var al alma a la contemplación que es conducirla al trabajo amoroso de Dios santificador. Mientras el alma esta razonando o usando la imaginación no esta en contacto directo con Dios, porque su inteligencia y voluntad están movidas por motivaciones naturales. Cuando el alma trasciende esas actividades de las potencias naturales es cuando empieza a actuar la fe y con ella la acción de Dios ya es directa. Se realiza entonces la comunicación de sustancia a sustancia.

En la meditación el alma daba mordiscos al coco en su corteza. Se cansaba y no saboreaba. Y no se nutría. Quedaba agotada y exhausta.

Ahora en la contemplación ya logra romper, por gracia de Dios, la dura corteza de la fruta, puede paladear su rica pulpa beber el líquido sabroso que, a la vez que la refrigera, la nutre y la tonifica y la hace fuerte.

¡Dichoso momento en el cual el Espíritu de Dios obra tales maravillas en el alma que la van a ir transformando, si es constante ella, si sabe aprovechar esos momentos, hasta el punto de no parecer ella, sino Dios!

Y llegará a poder decir:
"Vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí."

En esa fuerza sorberá actividad. En esa bebida se sentirá con energías para acometer la corrección de sus defectos. En esos momentos el Espíritu sembrará las virtudes que, tras un proceso de calor y de maduraci6n, se irán haciendo fuertes y realizando la transfiguración, que humanamente no tiene explicación, ni se esperaba jamás. Pero lo que a las fuerzas del hombre era imposible no lo es a las de Dios. Y es Dios quien ahora está obrando y realizando lo que El desea realizar desde siempre, pero el alma le detenía por­que no empleaba rectamente su libertad, que El respetaba. Una vez que el alma se ha abierto a la gracia, cuando, con su ayuda logró romper la dura y difícil corteza, ya está Dios derramando vida, infundiendo vida y haciendo labor de Dios, que a su tiempo se manifestará. Y esa manifestación nos hará ver la diferencia que hay de obra divina a obra humana. Y nos hará lamentar el tiempo que perdimos y el tiempo que pierden los hombres por no acertar a encontrar el manantial del agua viva que nos exalta y embellece. Que nos mejora y sublima. Que nos empuja a obrar, a amar, a hablar, a callar, a orar, con gemidos silenciosos e inefables al Dios de la paz y de la santa soledad.

autor: Padre Jesús Martí Ballester


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