Juan entra en el noviciado de los carmelitas buscando la contemplación, y no le satisface lo que ve. Piensa en irse a la Cartuja, pero se encuentra con Teresa y le convence de que inicie con ella la reforma. La inicia en Duruelo (de Ávila), y son 3 frailes.
Allí pasa a llamarse Fray Juan de La Cruz.
Tremenda austeridad: frío. Hermandad y recreación. Trabajo pastoral moderado. Silencio: pacto de no explicar lo que viven y hacen. Ese pacto no lo había hecho Teresa que sí lo explica en los capítulos 13 y 14 de las Fundaciones. Llama la atención a la Santa las cruces que ve por todas partes.
Primero o segundo domingo de adviento de este año de 1568 (que no me acuerdo cuál de estos domingos fue), se dijo la primera misa en aquel portalito de Belén, que no me parece era mejor.
La cuaresma adelante, viniendo a la fundación de Toledo, me vine por allí. Llegué una mañana. Estaba el padre fray Antonio de Jesús barriendo la puerta de la iglesia, con un rostro de alegría que tiene él siempre. Yo le dije: «¿qué es esto, mi padre?, ¿qué se ha hecho la honra?». Díjome estas palabras, dociéndome el gran contento que tenía: «Yo maldigo el tiempo que la tuve».
Como entré en la iglesia, quedéme espantada de ver el espíritu que el Señor había puesto allí. Y no era yo sola, que dos mercaderes que habían venido de Medina hasta allí conmigo, que eran mis amigos, no hacían otra cosa sino llorar. ¡Tenía tantas cruces, tantas calaveras! Nunca se me olvida una cruz pequeña de palo que tenía para el agua bendita, que tenía en ella pegada una imagen de papel con un Cristo que parecía ponía más devoción que si fuera de cosa muy bien labrada.
En adviento, comienza algo nuevo. Quizá en este Adviento ha de empezar algo nuevo para mí
Juan lleva a Duruelo la vivencia de lo más esencial. Vida de pobreza, de austeridad. Es vivencia de apostolado sencillo entre los más pobres. Entre aquellos que están a su lado.
Dios se fija en la pequeñez de Duruelo y de ahí saldrá la orden reformada del Carmelo, hoy presente en los cinco continentes.
Juan es pequeño, pero grande a los ojos de Dios.
Le escribe Teresa a Don Francisco de Salcedo:
"Hable vuestra merced a este padre (1), suplícoselo, y favorézcale en este negocio, que, aunque es chico, entiendo es grande en los ojos de Dios.
Y más adelante:
Torno a pedir en limosna a vuestra merced me hable a este padre, y aconseje lo que le pareciere para su modo de vivir. Mucho me ha animado el espíritu que el Señor le ha dado y la virtud entre hartas ocasiones, para pensar llevamos buen principio. Tiene harta oración y buen entendimiento; llévele el Señor adelante."
Dios se enamora de lo sencillo, de lo humilde, no de lo grande.
Para enamorarse Dios del alma, no pone los ojos en su grandeza, mas en la grandeza de su humildad.
Dios se enamora de la sencillez de San Juan de la Cruz.
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